El valor de vivir en comunidad
Jun 10, 2025
En la verdadera comunidad no solo se comparten intereses, también se construyen relaciones profundas y un intercambio humano auténtico
¿Aún existen las comunidades?
Si gran parte de nuestra interacción social curre a través de pantallas, surge una pregunta inevitable: ¿qué ha pasado con las comunidades del mundo real? Para muchos, la idea de comunidad parece haber sido desplazada por los «grupos» en redes sociales, espacios donde conectamos con otros de forma virtual, pero sin el compromiso de la convivencia o el contacto físico. Sin embargo, las comunidades reales no han desaparecido, solo se han transformado.
Aún existen en formas más pequeñas y específicas en barrios, donde las personas se conocen; en cooperativas, en grupos de apoyo; y hasta en proyectos que fomentan el regreso a prácticas más humanas como la agricultura urbana o el trueque. Con la velocidad de nuestra vida, hemos olvidado cómo construirlas y mantenerlas. Vivir en comunidad requiere un nivel de presencia que no siempre estamos dispuestos a ofrecer.
¿La palabra comunidad ha quedado solo para las redes sociales?
La palabra «comunidad» ha sido adoptada por el mundo digital, donde «seguir» a alguien o formar parte de un grupo parece bastar para sentirnos conectados. No obstante, esta versión de comunidad carece de algo esencial: interacción significativa. En redes sociales, podemos desconectar con un clic y las dinámicas no siempre nos exigen empatía o resolución de conflictos.
En la verdadera comunidad no solo se comparten intereses, también se construyen relaciones profundas y un intercambio humano auténtico. El mundo virtual no puede reemplazar la experiencia del contacto real: ver las expresiones de los demás, ofrecer ayuda tangible y sentirnos parte de algo más grande que nosotros mismos.
¿Cuál es el valor de vivir en comunidad?
Vivir en comunidad trasciende la mera compañía. Tiene un impacto directo en nuestra salud física, mental y emocional. Estudios han demostrado que quienes viven en comunidades fuertes tienen menores niveles de estrés, mayor longevidad y un sentido más claro de propósito.
El valor de vivir en comunidad incluye:
- Apoyo mutuo: Saber que hay alguien para ayudarte en momentos difíciles.
- Seguridad emocional: Sentirnos parte de un grupo nos da estabilidad y confianza.
- Creación colectiva: Cuando compartimos talentos y recursos, podemos lograr mucho más que individualmente.
- Resiliencia energética: Estar rodeados de personas nutritivas puede influir en nuestra propia energía y capacidad de afrontar desafíos.
¿Qué descubrieron nuestros ancestros sobre vivir en comunidad?
Nuestros antepasados entendieron algo fundamental: la supervivencia depende de la cooperación. Desde los primeros asentamientos, vivir en comunidad era la única manera de protegerse de los peligros externos, cazar para alimentarse y cuidar de los más vulnerables.
Una comunidad estaba formada por un conjunto de personas unidas con el propósito de alcanzar objetivos comunes que individualmente habrían sido, quizás, inalcanzables. En su esencia, una comunidad implicaba una constante colaboración. Las personas se organizaban para protegerse de ataques de animales salvajes o tormentas, buscar comida, compartir medicinas y cuidar a los más débiles o enfermos.
Este sistema de apoyo mutuo no solo garantizaba la supervivencia, sino que también fortalecía los lazos emocionales, el sentido de pertenencia y se hacía más fácil prosperar. Además, nuestros ancestros descubrieron que la vida en comunidad ofrecía beneficios que iban más allá de la mera supervivencia:
- Transmisión de conocimientos: Las habilidades y tradiciones se compartían de generación en generación.
- Roles complementarios: Cada miembro del grupo encontraba su propósito y función, lo que daba estabilidad al colectivo.
- Celebración colectiva: Los rituales y ceremonias fortalecían la identidad grupal, ayudando a afrontar los desafíos de la vida con mayor resiliencia.
Para cada integrante, la comunidad era más que un grupo, era una extensión de sí mismos y un recordatorio de que juntos podían superar cualquier adversidad.
Las comunidades reales aún existen y estoy segura que te hay alguna esperando por ti. Hay muchos lugares donde puedes poner tu tiempo, tus habilidades y tus talentos en favor de una comunidad. Una de las cosas más divertidas de ser parte de una comunidad es que una vez que tus destrezas estén en favor de un grupo de personas te sentirás mucho más apreciado y feliz de usar tu tiempo al servicio de otros.
Mi recomendación es que sea en persona. No basta con sentirnos parte de un grupo virtual; necesitamos construir relaciones que trasciendan las pantallas y nos recuerden que somos seres con cuerpo. Quizás sea hora de aprender de nuestros ancestros y recuperar el verdadero valor de vivir en comunidad: un espacio donde somos vistos, escuchados y apoyados, no por lo que hacemos, sino simplemente por ser quienes somos.
Rebeca Montoya
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